El corvette



Ya no sé si era azul o era verde
pero me dio una bola desde la UASD
y se quedó a presumir de la carrocería
con un emblema que es toda una leyenda.
Me dijo que me enseñaría a conducir
pero eso a mí nunca me ha interesado.
Como en una película, lo vi sentado
en la sala pidiéndole mi mano a mi mamá
y ella tan sabia siempre, solo dijo:
“Si ella quiere” y yo quise.
Pero lo cierto es que no sabía.
Así que nos sentamos dos o tres
noches en sendas mecedoras
tomados de la mano mirando
el trajín de aquella casa,
cuidando a mi hermana menor
y oyendo voces de la calle
junto a unos proyectos muy raros,
como dotar de baterías a las latas
de candela de los maniceros;
para mayor realismo,
ellas tirarían chispas artificiales...

Un día no volvió
y fue tan natural como había llegado.
El resto fue recoger la grabadora,
que le había prestado, en una casa
de la Mella en el segundo piso
donde me recibió una rubia teñida
argumentando lo que yo no quería saber.

Ciertamente, fueron los amores más extraños.
Nunca entendí por qué un hombre tan grande
tuvo miedo de una mujer pequeña de 18 años.

Y no era ningún corvette sino un mustang
porque lo único que recuerdo es el caballito.

©Leibi Ng

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