Autoengaño
En ese mismo tono en que el poeta coloquial
hace uso del signo erecto y soberano de su lengua
y dice adiós a lo hermético con despreciable calma,
me place decir que estas palabras
no tienen que gustar ni a Pérez ni a Montás.
Ocurre que el poema, si es poema,
no le debe ni la más remota reverencia
a la sapiencia, contando con que es expresión del alma.
Entonces discurrir queda lejos de altares y capillas.
Cada uno ejerce desde el alba
la triste realidad de su jornada.
Va por el pan, si quiere, o por la salsa,
Recorrerá las calles nauseabundas
de basura y orines bautizadas.
Trabajará sin más, llenando horas
con frases de La Zeta reiteradas
que no tienen que ver con Alfonseca,
con Morrison, Cabral ni Hernández Rueda.
En el anochecer, cercano a cena
por la ventana sacará su pena
del monitor brillante que reclama
la brillantez del genio, la proclama
de original sentir, del alma en flama
porque no sabe aún que esta es la suma
de hacerse un hara-kiri en cada palma
defendiendo el honor de las palabras
que no son sucesión de las pavadas
sino de un hombre vivo siempre, en cuerpo y alma.
©LEIBI NG
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