Oda al mango banilejo


Por Leibi Ng

Voy a cantar a la fruta,
dorada, redonda y ocre,
rebosante en piel cerosa
púrpura, granate o roja
que sin sangre entre las
fibras exuda jugos
preciosos.
Hija de la Tierra hermosa
del Grande Máximo Gómez,
yo me pregunto gozosa:
¿Por qué otro suelo no coges?
Hija de Baní, ovalada,
recuerdos guarda tu pulpa,
desde que la infancia prueba
tu sabor insuperable.
Cuatro mil doscientas hectáreas,
mil doscientas plantaciones
con sesenta y cuatro mil tareas
de nacionales primores,
hacen de tu producción
un orgullo comercial con sabor e identidad.
Manjar de fibrosa carne,
delicioso al paladar;
no puede haber otra fruta
con semejante hábitat.
Fruto redondo entre las verdes hojas
liso, cual lomo de ocaso tropical,
amoroso extiendes tu aroma en el campo
y en la urbe sabes adornar el lugar.
Nada puede competir,
en esplendor y sabor,
con tus variedades mil:
el Bombolón, el Morado
el Pascual; Rico Manzano.
Ni siquiera es de extrañar la Teta
(tan singular), si un banilejo se asoma,
Nada tienen que buscar
Otros mangos de este lar.
Obra de arte entre las matas
el paisaje coloreas porque te ha puesto aquí Dios.
Hay en ti tal perfección
que te juro lealtad y hasta la veneración.
Nunca serás tan sabroso como
en el patio, jugoso escurriéndote
en los dedos de quien te sabe apreciar
y no importa que seas Keitt, Madame Francés
o Yamaguí, todo mango banilejo es
Crema de Oro para mí.
Cuando no es la temporada
te extrañamos un montón.
Buscamos en las bandejas
tu forma oblonga y tirante
y si te encontramos verde
la desilusión es grande.
Pero si maduro llegas
tu olor es característico
al tacto suave te aprieto
y me empieza a dar gustito.
No me importa que seas chico
comparado a otros mangos
más grandes que una toronja
que ofrecen mucho tamaño
y muy poca sabrosura.
Te prefiero pequeñito, ovalado
y madurito.
Y si de semilla hablamos,
se paran todas las aguas,
pues carne y jugo nos llevan
al hueso, que es lo mejor
y no hay placer más intenso
que dejar tu pelo blanco
a dentelladas silentes.
Si de terciopelo se forrara el campo
tú encarrilarías el paso de Dios
para que los hombres supieran
sin duda, del regalo inmenso

que hay en la Región.
© Leibi Ng

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