Fuerza de la luz
Tenía que conformarme con lo dicho. Disentir era soltar los perros. Consciente de que mucho me faltaba tragué en seco y alerté mis sentidos: yo solita entré en el laberinto. Intenté ser la mujer deseada, calmada acepté mi destino de no saber hacer tortilla de papas y pretender que Arguiñano a mi lado no alcanzaba estatura de niño. Limpiar, limpié mis culpas en todos los rincones. Me deshice de aromas con espíritus de Hartshorn y en cada intento por brillarlo todo luz y lustre solté hasta por los codos. Aquella vida… Mejor dicho no-vida bendijo el Metro de Madrid con lágrimas ante la indiferencia de los feligreses deshumanizados (eso no hay que contarlo: los inmigrantes lloran todos los días). Echando a un lado la mala experiencia mi alma no olvida las horas en que la luz entraba a raudales y sólo el amor mío me bastaba para sobrevivir y un día contarlo. © Leibi NG